Artículo del blog Cierta Ciencia, de la genetista Josefina Cano, que recomendamos por su interés.
Entender cómo de una mínima cantidad de células que forman un embrión se puede llegar a la inmensa variedad y diversidad que conforma un organismo es una tarea difícil. Aunque si tenemos en cuenta que los genes vienen equipados con mecanismos que permiten expresiones múltiples, podemos entender cómo los diversos tipos de células se forman, pues esos mecanismos regulan el encendido y el apagado de los genes y su correspondiente expresión. Todas las células del organismo tienen los mismos genes; lo que vuelve a una célula hepática diferente a una cardíaca es el conjunto diferencial de genes trabajando. Esta tarea se llama regulación genética y la realizan diferentes moléculas, que a manera de marcas químicas se unen a los genes, para activarlos, para silenciarlos o volverlos invisibles a la maquinaria de producción de proteínas; o que se unen a algunos ARN, o que intervienen en el doblamiento de unas proteínas que envuelven el material genético.
¿Es posible que el medio ambiente pueda introducir cambios que modifiquen la expresión de los genes? Claro que sí, es una característica fundamental de la plasticidad del genoma, que con poquísima información puede llegar a un número casi infinito de permutaciones fenotípicas.
Pero una vez el factor ambiental modificador desaparece, también lo hace la modificación, que se fija en esa generación más no en las que siguen: los caracteres adquiridos no se heredan, no se transmiten vía los genes a las siguientes generaciones.
Este artículo del blog Cierta Ciencia, se puede leer aquí.
http://ciertaciencia.blogspot.com.es/2016/06/los-traumas-no-se-heredan.html