Los latinoamericanos son una mezcla reciente. Con apenas alrededor de 500 años en el Nuevo Mundo, las marcas genéticas de sus ancestros todavía son fácilmente rastreables. Cuando llegaron los blancos españoles y los negros africanos a América, llegaron también sus huellas genéticas, sus enfermedades y sus hábitos.
La escasez de agua y la poca disponibilidad de alimentos en el continente africano, sumados a las largas migraciones de los barcos negreros a América, han marcado la configuración genética de los afros. La de los amerindios, que cruzaron Bering y que también tuvieron que aguantar hambre durante largos periodos de tiempo, igualmente posee ciertos rasgos diferenciadores, así como la de los europeos que, aunque no se movieron mucho, tuvieron que soportar épocas invernales.
En todos los casos, sólo sobrevivieron los que acumularon energía en forma de grasa, lo cual se constituyó como un rasgo adaptativo. Pero una vez llegaron al nuevo continente, cada uno en su momento, y se encontraron con abundancia de agua y alimentos, así como de una occidentalización de sus costumbres —hábitos alimenticios, sedentarismo—, y ya no hubo más hambre qué saciar. Lo que ocurrió fue que no había en qué gastar esa producción de grasa, es decir, la población empezó a sufrir de obesidad.
Cuenta Gabriel Bedoya, coordinador del grupo de Genética Molecular de la Universidad de Antioquia —Genmol—, “lo que antes era un rasgo adaptativo, se convirtió en un problema”. Y este problema corresponde a la denominación del síndrome metabólico —SM—, el cual agrupa varios factores como la obesidad abdominal, la resistencia a la insulina, la hipertensión arterial, los triglicéridos altos y la diabetes. Con tres de cinco factores ya se considera SM.
El SM constituye uno de los problemas de salud que va en ascenso en Colombia. Catalina Martínez ganó el premio a tesis sobresaliente por su trabajo de maestría y es parte de Genmol, con el que desarrolló un proyecto relacionado.
El trabajo buscó la relación que hay entre la composición genética ancestral de la población mestiza, específicamente de una muestra de 581 personas de Antioquia, con el riesgo de padecer Síndrome Metabólico.
Dice su tutor, Gabriel Bedoya, que “es la primera vez que se trabaja de manera detallada el efecto de la composición genética ancestral en el síndrome metabólico o en enfermedades asociadas. Me pareció una cosa increíble”.
¿Quién tendría mayor riesgo de padecer obesidad, o diabetes, o resistencia a la insulina, o triglicéridos altos, o hipertensión arterial? ¿Qué ancestro genético generaría mayor o menor riesgo? Éstos fueron algunos de los interrogantes de Catalina.
La muestra poblacional se dividió así: 47,3 por ciento de los casos —es decir, de personas que cumplieran tres de los cinco criterios del SM—, y 52,7 por ciento de controles —o sea, de personas que no lo tienen—. A cada una de ellas se le tomó tres muestras de sangre para obtener el perfil patológico y extraer el ADN genómico.
A través de marcadores informativos de ancestría —AIMs— y de herramientas estadísticas, se logró determinar las cantidades de cada componente genético ancestral y su correlación con el SM.
Los resultados mostraron que a medida que aumentaba el componente europeo, disminuía el riesgo de obesidad central; a medida que aumentaba el africano, aumentaba el riesgo de obesidad y de igual manera para el amerindio. En este aspecto se encontró que el riesgo en las mujeres era, incluso, el doble en relación con su componente africano.
Para la diabetes mellitus tipo 2 —o diabetes—, se encontró que mientras aumentaba el componente europeo, ésta disminuía; y por el contrario, mientras era mayor el africano o amerindio, mayor era el riesgo de diabetes.
“Lo más importante de esto es saber que uno tiene predisposición genética y que si uno tiene predisposición genética para esto que se está considerando en este momento como uno de los problemas de salud pública en el mundo más grande, se puede remediar, evitar y controlar con buen ejercicio y la alimentación”, dice el tutor de esta investigación. (Fuente: UDEA/DICYT)
La escasez de agua y la poca disponibilidad de alimentos en el continente africano, sumados a las largas migraciones de los barcos negreros a América, han marcado la configuración genética de los afros. La de los amerindios, que cruzaron Bering y que también tuvieron que aguantar hambre durante largos periodos de tiempo, igualmente posee ciertos rasgos diferenciadores, así como la de los europeos que, aunque no se movieron mucho, tuvieron que soportar épocas invernales.
En todos los casos, sólo sobrevivieron los que acumularon energía en forma de grasa, lo cual se constituyó como un rasgo adaptativo. Pero una vez llegaron al nuevo continente, cada uno en su momento, y se encontraron con abundancia de agua y alimentos, así como de una occidentalización de sus costumbres —hábitos alimenticios, sedentarismo—, y ya no hubo más hambre qué saciar. Lo que ocurrió fue que no había en qué gastar esa producción de grasa, es decir, la población empezó a sufrir de obesidad.
Cuenta Gabriel Bedoya, coordinador del grupo de Genética Molecular de la Universidad de Antioquia —Genmol—, “lo que antes era un rasgo adaptativo, se convirtió en un problema”. Y este problema corresponde a la denominación del síndrome metabólico —SM—, el cual agrupa varios factores como la obesidad abdominal, la resistencia a la insulina, la hipertensión arterial, los triglicéridos altos y la diabetes. Con tres de cinco factores ya se considera SM.
El SM constituye uno de los problemas de salud que va en ascenso en Colombia. Catalina Martínez ganó el premio a tesis sobresaliente por su trabajo de maestría y es parte de Genmol, con el que desarrolló un proyecto relacionado.
El trabajo buscó la relación que hay entre la composición genética ancestral de la población mestiza, específicamente de una muestra de 581 personas de Antioquia, con el riesgo de padecer Síndrome Metabólico.
Dice su tutor, Gabriel Bedoya, que “es la primera vez que se trabaja de manera detallada el efecto de la composición genética ancestral en el síndrome metabólico o en enfermedades asociadas. Me pareció una cosa increíble”.
¿Quién tendría mayor riesgo de padecer obesidad, o diabetes, o resistencia a la insulina, o triglicéridos altos, o hipertensión arterial? ¿Qué ancestro genético generaría mayor o menor riesgo? Éstos fueron algunos de los interrogantes de Catalina.
La muestra poblacional se dividió así: 47,3 por ciento de los casos —es decir, de personas que cumplieran tres de los cinco criterios del SM—, y 52,7 por ciento de controles —o sea, de personas que no lo tienen—. A cada una de ellas se le tomó tres muestras de sangre para obtener el perfil patológico y extraer el ADN genómico.
A través de marcadores informativos de ancestría —AIMs— y de herramientas estadísticas, se logró determinar las cantidades de cada componente genético ancestral y su correlación con el SM.
Los resultados mostraron que a medida que aumentaba el componente europeo, disminuía el riesgo de obesidad central; a medida que aumentaba el africano, aumentaba el riesgo de obesidad y de igual manera para el amerindio. En este aspecto se encontró que el riesgo en las mujeres era, incluso, el doble en relación con su componente africano.
Para la diabetes mellitus tipo 2 —o diabetes—, se encontró que mientras aumentaba el componente europeo, ésta disminuía; y por el contrario, mientras era mayor el africano o amerindio, mayor era el riesgo de diabetes.
“Lo más importante de esto es saber que uno tiene predisposición genética y que si uno tiene predisposición genética para esto que se está considerando en este momento como uno de los problemas de salud pública en el mundo más grande, se puede remediar, evitar y controlar con buen ejercicio y la alimentación”, dice el tutor de esta investigación. (Fuente: UDEA/DICYT)