sábado, 8 de marzo de 2014

Investigando las misteriosas olas gigantes submarinas

El efecto que las olas gigantes submarinas tienen en la superficie del mar es casi imperceptible, produciendo una cresta de no muchos centímetros de altura que puede pasar del todo desapercibida si el oleaje convencional es intenso. Por eso son tan difíciles de ver y han estado rodeadas por un halo de misterio desde que se documentó científicamente su existencia.

Antes de ser reconocidas por la ciencia, seguramente alimentaron más de una leyenda sobrenatural narrada entre marineros. Aunque su manifestación en la superficie marítima es sutil, bajo ella se revela toda su impresionante magnitud: Estas olas submarinas pueden alcanzar una altitud, desde su base, de cerca de un centenar de metros, y ejercen una notable influencia en el clima de la Tierra y en los ecosistemas oceánicos.

Ahora, una nueva investigación sobre las olas internas, realizada tanto en el océano como mediante los experimentos de laboratorio a la mayor escala de tamaños alcanzada hasta ahora, ha resuelto un misterio añejo sobre cómo se generan exactamente las más grandes olas submarinas conocidas en el Mar de la China Meridional.

A priori parece raro hablar de "olas submarinas", ya que, de inmediato surge una pregunta obvia: ¿Cómo distinguir a una de estas olas si está rodeada de agua?

La única diferencia entre una ola submarina y el agua que la rodea es su densidad, debido a las diferencias de temperatura o de salinidad que causan que el agua de mar se estratifique.

Aunque invisible al ojo, la frontera entre el agua más fría y más salada por debajo, y la más caliente y menos salada por arriba, puede ser detectada mediante los instrumentos adecuados. Esta frontera puede parecerse a la superficie del océano en algunos aspectos, incluyendo el oleaje. En este último rasgo, las olas que se generan allí abajo son capaces de alcanzar alturas enormes, viajan a enormes distancias y muy probablemente ejercen un papel clave en el proceso de mezcla de las aguas, ayudando a conducir hacia abajo a masas calientes de agua y absorbiendo calor de la atmósfera.

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Para sorpresa de muchos, las olas submarinas a veces se pueden ver claramente en imágenes captadas desde satélites, como en ésta del Estrecho de Luzón. (Foto: Datos MODIS, cortesía de la NASA / Imagen procesada en Global Ocean Associates)

Debido a que estas olas internas son difíciles de detectar, a menudo es un desafío estudiarlas directamente en el mar. Pero ahora, el equipo de Thomas Peacock, del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) en Cambridge, Estados Unidos, y sus colegas, entre quienes se incluyen expertos de otras instituciones, de Francia y Estados Unidos, ha llevado a cabo el experimento más grande en tamaño de cuantos se han hecho hasta ahora en laboratorios para estudiar tales olas.

El equipo realizó los experimentos de laboratorio para estudiar la producción de olas submarinas en el Estrecho de Luzón, entre Taiwán y Filipinas. Allí se generan las olas internas más poderosas conocidas. Son olas con la altura de rascacielos, en palabras textuales de Peacock.

Se ha observado que estas olas, solitarias, alcanzan una altura de 170 metros (más de 550 pies) y, en lo que es otro rasgo llamativo, pueden viajar a una velocidad sumamente lenta, de unos pocos centímetros por segundo.

El fuerte forzamiento térmico y la geometría del relieve del fondo marino en el Estrecho de Luzón son las principales causas de que allí circulen algunas de las olas internas más fuertes de todos los océanos del mundo.

Las olas submarinas son una importante pieza perdida del rompecabezas del clima en los modelos digitales empleados para estudiarlo y para hacer pronósticos. En la actualidad, los modelos climáticos no son capaces de incorporar estos procesos, y es vital que los incorporen, ya que, de no hacerlo, algunos de los resultados obtenidos mediante tales modelos digitales pueden apartarse notablemente de la realidad.

La existencia de las olas internas en los océanos se sabe desde hace más de un siglo, pero desde entonces no se ha avanzado mucho en su conocimiento detallado debido a la dificultad de su observación. Entre las nuevas técnicas que han ayudado a conocer mucho mejor a estas enigmáticas olas se encuentra el uso de datos satelitales. Aunque las olas submarinas a menudo hacen elevar el nivel local del mar en menos de 3 centímetros (1 pulgada), los datos satelitales, acumulados durante un periodo suficiente, permiten discernir esta diferencia delatadora
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Los rostros que no olvidamos

En principio, un rostro que encontremos atractivo, y que nos atraiga sexualmente, se grabará en nuestra memoria con mayor facilidad y de manera más indeleble, que un rostro poco atractivo, porque habrá atraído mucho más nuestra atención. Por eso, en bastantes casos, días después de haber visto una cara atractiva y otra corriente, recordaremos a la primera pero no a la segunda.

Sin embargo, el atractivo físico, cuando se basa en rasgos demasiado típicos, como los que a menudo imponen las modas, puede hacer que una cara sea más difícil de recordar que otra menos atractiva pero con rasgos menos frecuentes en la población. Todo ello, por supuesto, excluyendo los casos obvios de caras con rasgos tan raros y llamativos que las recordaremos perfectamente.

En un nuevo estudio se ha profundizado en el curioso fenómeno psicológico de cómo a veces los mismos rasgos que dan atractivo físico a una cara, paradójicamente, pueden dificultar el recordarla.

Es lo que ha constatado el equipo de Holger Wiese, Carolin Altmann y Stefan Schweinberger, de la Universidad Friedrich Schiller de Jena en Alemania: Los rostros atractivos sin ninguna característica especial, dejan muy poca huella en nuestra memoria. Estos psicólogos comprobaron experimentalmente que los sujetos de estudio tendían a recordar mejor rostros poco atractivos, que los más atractivos, cuando éstos últimos no tenían rasgos distintivos que los hicieran claramente diferentes, y los primeros sí.

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De izquierda a derecha, Carolin Altmann y Holger Wiese. (Foto: Jan-Peter Kasper / FSU)

En el experimento, los investigadores mostraron fotografías de rostros a los sujetos bajo estudio. La mitad de los rostros fueron considerados más atractivos, y la otra mitad, menos. Todos, sin embargo, tenían rasgos muy comunes, sin ninguna característica claramente distintiva. Las fotos se mostraron a los sujetos de estudio sólo durante algunos segundos. Ese era todo el tiempo del que disponían para fijarse en los rostros y eventualmente memorizarlos. Durante la siguiente fase del experimento, les mostraron rostros y debían decir si los reconocían o no.

Los científicos se sorprendieron con el resultado: "Hasta ahora asumíamos que era más fácil recordar caras que fueran percibidas como atractivas, por el simple hecho de que preferimos ver rostros bonitos", explica Wiese. Pero los resultados mostraron que esa correlación no se sustenta fácilmente.

Además, el estudio reveló un segundo aspecto muy interesante: En el caso de los rostros atractivos, los científicos detectaron más falsos positivos, o sea que ante un rostro bello, los sujetos de estudio tendían más que ante uno vulgar a creer recordarlo del pase anterior de fotos cuando en realidad ese rostro atractivo no había sido mostrado en aquel primer pase. Wiese cree que eso puede reflejar una tendencia subconsciente a creer que reconocemos una cara sólo porque la encontramos atractiva
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